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viernes, 26 de junio de 2009

UNA NOVELA SOBRE SUMILLERES, Y SU MUNDO.

Os pongo cada día un trocito de algo que hace días andamos escribienco, aun no lo he revisado, pero poco a poco.
Sobre el mundo del trabajo en la sumillería, y también, si continua, la cosa se irá enredando, los protagonistas se ven metidos en enredos a causa de sus confrotaciones con sectas religiosas, poderes brujeriles, y antiguos trabajos en entidades financieras... (Una trama que aquí, en esta familia, conocemos a fondo ajem).
Y sobre brujas, Alma es una bruja y no lo sabe.
Va avivir en dos planos paralelos, solo las tristes circunstancias, la forzarán a abusar tanto de su poder mental que descubrirá que existen otras Almas, con su misma alma, viviendo en moemntos distintos de la historia.
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El segundo entierro en cuatro semanas. Cuando no sueles ir a ninguno, dos son multitud. Este año parecía ser un año de altibajos, sorpresas, y desgracias. Al empezar las primeras semanas Alma ya notó que todo estaba cambiado, como cuando un invitado sin tu permiso mueve objetos de una habitación y los descoloca. Se preguntó qué había sucedido. Quizás la muerte anunciada de su perra Electra a finales de octubre fué el primero de los infinitos lios que rondaban su vida. La mala suerte a veces no se puede programar, viene y se queda. No siempre ocurren las cosas por un motivo, o no siempre podemos cambiar los factores que en nuestra vida determinan que seamos o no felices.

También es cierto que cambió el colchón de la cama de matrimonio. Otra excusa. ¿Qué tendrá que ver un cambio de colchón con que la suerte se gire de repente?. Tenemos el colchón, pues, tenemos la muerte de la perra, quizás además ese cambio de jefe de sala en el restaurante, una orden que vino de arriba. Pero no, nada de ésto era determinante para que se sintiera asfixiada por un cúmulo de tristes circunstancias.

¡Vaya!, aquí estaba ella, en el segundo entierro y no paraba de recordar que los entierros no me gustaban nada de nada.
Además el entierro de Albert.
Un gran amigo Albert, también un buen padre, con la salvedad de que sus hijos mayores eran a la vez los hijos de Alma. Román y María, con sus quince y trece años, querían a su padre lo suficiente para llorar desconsolados en el funeral . Alma se repetía a si misma que ya era el segundo entierro, y ésto no le gustaba nada de nada.
Tampoco le gustaban los cementerios, con su olor a tristeza, a humedad, a soledad. Siempre recordando la multitud de gente pudriéndose bajo el suelo o dentro de los nichos del cementerio.
Porque los cementerios, pensaba Alma, olían a muerte y mucho.


Al volver a casa se despeinó el moño alto. Muy tieso. La estilista había conseguido que pareciera una docena de años mayors. Se quitó el triste traje oscuro, un costoso sastre de Dior, que solo se atrevía a llevar en los entierros (ahora que abundaban), y en la importantes reuniones sociales y de empresa, aquellas en las que casi siempre es preferible pasar desapercibido, o como mínimo, no provocar los comentarios negativos de nadie.
Ensimismada en esos sueños inconstantes, en esas brumas del pensamiento, no oyó el timbre del teléfono hasta que sonó por cuarta vez. Su actual relación sentimental, porque no era mucho más que eso, teniendo en cuenta que no compartían demasiadas cosas en común. Pero Angel podía ser tan pesado y empalagoso como una relación sentimental seria, si se lo proponía. Miró el número en la pantalla, y descolgó.Angel quería que cenaran juntos aquella noche, pero no le apetecía. Ni siquiera le había pasado por la cabeza salir. No es que la abrumara la pena o la desconsolación, ni mucho menos. Ella apreciaba a Albert, pero ya no tanto como sentirse deprimida por su desaparación. Sin embargo, estaban los chicos.
Alma hacía años que no vivía con sus hijos, que se habían quedado tras la separación, en casa de los abuelos paternos. Pero estaba convencida que esta noche la llamarían. Así que no pensaba moverse. Al fin y al cabo, su papel de madre tenía solo un aprobadillo justito. Quería ganar un poco de nota.

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