CON UNA COPA DE Glenfiddich- Malt WHISKY LIQUEUR (Ostras son 40%vol)

Pues nada, gracias Godoy, esto realmente está muy bueno...aunque como no estoy acostumbrada a los 40% en nada, ni siquiera al sol en plena canícula y al lado de una piscina, con una cerveza fría en la mano, igual me tumbo enseguida y os tengo que acabar el cuento en otra sesión...


Como os iba diciendo, nada hay tan irreal como la propia realidad, las psicosis suelen ser producto de la imaginación dicen, aunque quizás seamos nosotros los psicóticos, y los locos los verdaderamente cuerdos.

Cruzando la entrada principal de casa de Antonio hay una escalera estrechita que solo sirve para bajar, nadie puede subir de allá para acá, eso dice siempre Antonio...por eso tiene la escalerita tapiada y un cartel muy gordo donde pone algo así:
-PROHIBIDO BAJAR HACIA ARRIBA, BAJO PENA DE RESBALAR HACIA LA VIDA Y NO SER RESCATADOS HASTA NUEVA ORDEN DEL JEFE.
Cuando leemos eso los pengees, que somos lo más triste que hay cerca de esta casa, nos ponemos a llorar y a gritar por las tonterías de Antonio:
-¿Qué querrá decir eso de la vida?, vaya tonterías que se inventa este para evitar que los pengees nos acerquemos a su casa y nos comamos a sus hijos, por cierto, ¿Cuánto tiempo hace que nadie se come un hijo de ANTONIO?

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En la calle de Antonio, todo el mundo le tiene respeto, se sabe que está enfermo, que está triste por esa vieja historia que todo el mundo cuenta, pero que nadie ha escuchado nunca de los propios labios del hombre, esa historia relativa a que estuvo alguna vez, hace siglos, casado con una bellísima jovencita negra, una esclava que compró en una casa de mala conciencia, se llama conciencia y a veces nota, ya se sabe, la cuestión como siempre es llamar las cosas usando nombres opuestos a la realidad, fea, muy fea, la realidad siempre es fea y cruel.

También cuentan que ANTONIO TUVO DIEZ O QUINCE HIJOS, ya se sabe, cada generación que sube incrementa la magnitud de la tragedia, ya no aseguran si fueron dos, cinco, diez, o veinte, los hijos que se le murieron a ANTONIO, la cuestión es que durante la grave epidemia de los años aquellos en que se dió la epidemia, mientras que la mayoría de las familias y clanes perdieron uno o dos de sus miembros, a Antonio se le murió hasta el gato, por decir bromeando lo que todo el mundo decía entre murmullos.

De todo aquello nada cierto se conoce, porque Antonio enterró a la familia en otro lugar, allá donde vivía...
Los vecinos no le tienen miedo, es un lunático silencioso. No se mete con nadie ni habla con nadie. Dicen que tiene la casa llena de porquería- ni más ni menos que otros viudos sin descendencia ni sin amantes- muy sucia, llena de bichos, dicen los vecinos cercanos...también dicen que huele a muertos, él, la casa, y el vecindario.

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¡A qué huelen los muertos!, pues muy fácil,los muertos recientes huelen a podrido, los muertos lejanos, aquellos que ya son solo humo y polvo, huelen a silencio, a miedo, a sudor en las axilas, a enfermedad, a cancer...
¿Sabeis reconocer el olor de la enfermedad?- Antonio si sabía. Es un olor muy característico, entre químico y humano, es el olor del alcohol, de la descomposición, de las medicaciones, del sudor enfermo, del miedo en al ropa.
Por eso Antonio estaba convencido de que su casa no podía oler a muertos, NUNCA, eso nunca, su casa no podía oler a muertos porque "ellos", si, "ellos", se habían confabulado para comerse sus muertos, y sus vivos, enteros...aunque el sabía también, que quedaba algo, quedaba uno, uno de sus muertos (y de sus vivos), estaba todavía tan cercano, tan compañero era, que estaba allá, donde la vida. A quince peldaños estrechos de escalera. Y ellos no se lo comerían nunca.


(Bueno, como era de preveer, me quedé frita, dormida, es decir, si la cosa se terca, continuaremos el cuentecito la próxima noche)