Conversaciones con Dios, o cómo llegar a Dios.

Ya sabeis los que me seguís hace unos años, que mantengo buenas y largas conversaciones con Dios. No hablo con él, quiero decir que no me dedico al monólogo de una parte de mi subconsciente con la otra parte,si no que me dedicó a escucharlo. Pero Dios no me habla como una cotorra enfurecida, o como un político despiadado, o como un reverendo en la tribuna, en el altar, no se parece ni de lejos a ninguna de esas tres conversaciones.
Dios se mete dentro de ti como una presencia ajena. Es una posesión - ojo!!! - no diabólica..."no fotem!!!"-como se dice en Catalunya-, no hagamos bromas con el diablo, que está en las cajas acorazadas de los bancos, en especial en aquellas que reposan radiantes y cristalinas en los paraisos fiscales.
Dios se mete dentro de ti como una presencia cálida, grata, omnipotente, diáfana y amigable, pero fuerte. Sabes que es Dios porque una especie de nostalgia gigante , inmensa, un deseo que nace en el seno de algo oculto en nosotros, quiere volver a su origen, es como si un poderoso imán nos atrayera a una gruta infinita que instintivamente llamaríamos madre o padre.
Cuando notas eso, es algo gigantesco, algo que ni siquiera usando millones de palabras del vocabulario humano, puede describirse. Es simplemente maravilloso, es la sensación más placentera del mundo.

Bien, pues cuando llegas a ese estadio intenso, de comunicación con Dios. No necesitas hablar. El está en ti, y uno en EL, y para comunicarse no hay que hablar, no hay que pensar, no hay que existir en espacio y tiempo. Es una intersección de intenciones, de amor.