TERROR Y MIEDO

Estoy en fase de paz y laxitud, por ello estoy leyendo una especie de compilación de relatos de terror de POE, Wells, Ewers, etc.
Me encantan los relatos de terror, me encantan las novelas de horrores y sobretodo de fantasmas.
Me encantan sobretodo las novelas con "otra vuelta de tuerca", aquellas en que el final impreciso, deja siempre abiertas varias puertas a la imaginación.
Como los buenos vinos, los relatos de terror son amenos de principio a fin, dan sorpresas, dan momentos de paz y serenidad, dan momentos de incertidumbre espiritual y sobretodo, empiezan de manera dulce, continuan de manera amplia y acaban con un momento de sobresalto, de inesperada realidad.

El buen vino, como el buen relato de terror, es inédito, contradictorio, mantiene unas señas de identidad con el género, con el estilo, pero se desmarca por un deje,un pronto, un aquel, que lo convierte en ambiguo, sublime, o especial.

No soporto esa presunción de que un vino muy bueno y perfecto es un vino sublime, para mi un vino sublime es el que me despierta el intelecto, el que da algo para recordar en un futuro. Cuando un vino, mejor o peor, me dispensa un momento, un sentimiento, que me lo caracteriza, se convierte en una obra especial en su género, quizás no es un best seller, pero si en una novela a recordar, en un cuento a releer, en aquella pauta que me dijo algo que nadie más me contó.

El vino y el intelecto, si bueno, van unidos. El vino es una droga, por supuesto, es una droga que engancha nuestro intelecto a la intelectualidad y lo obliga a discernir más allá de lo que el puro sentido se empequeñece en sentir. Sentimiento que no sensaciones, amigos, el vino entra por los sentidos y despierta sentimientos, no solo sensaciones como algunos se proponen debatir.